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lunes, 29 de septiembre de 2014

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Maturana, Varela y las tradiciones

Artículo publicado en Revista UNO MISMO.

Edición Nª 218, febrero de 2008.
Por Raúl Encina Tapia.
Camino de conocimiento


Maturana, Varela y las tradiciones*

Un aire de frescura irrumpió en el ambiente intelectual y científico después de siglos. Desde el borde meridional de esta etérea geografía, Humberto Maturana y Francisco Varela, gestores de la llamada “Escuela de Santiago”, comenzaron preguntándose acerca de los misterios más profundos de la existencia ¿Qué es la vida? ¿Qué es conocer? Sus reflexiones fueron irradiando complejas teorías que han revolucionado los más diversos ámbitos del saber, situando al amor como el componente fundamental de nuestra historia como especie (filogenia) y como seres humanos (ontogenia). De igual modo le fueron dando un renovador sentido a la sin razón, a las caricias, a la imaginación, al juego y a las emociones, así como a la ternura y a la sensualidad, a las fantasías y a los sueños.


Asistimos a tiempos difíciles de la historia humana. Un ingente desastre ecológico pone en riesgo nuestra supervivencia como especie. Guerras genocidas, terrorismo, corrupción generalizada son el idioma de esta época, mientras la ambición y la competencia son alabadas como encomiables cualidades.

En este escenario desolador, dos neurocientíficos chilenos, Humberto Maturana y Francisco Varela, haciendo uso del complejo “lenguajear” científico removieron el ambiente académico y cultural en todo el planeta, recuperando a los seres humanos como responsables de su presente social, en un momento decisivo de nuestra existencia: “Vivimos un presente cultural centrado y guiado por relaciones de dominación y de sometimiento, en la desconfianza y el control, la deshonestidad, la voracidad de la justificación comercial de la codicia, la apropiación y la mutua manipulación... y si no cambia nuestro emocionar, todo cambio tecnológico nos llevará a lo mismo: codicia, guerras, desconfianza, deshonestidad y abuso de otros y de la naturaleza.” (CBB, 2001).

Este alarmante llamado de Humberto Maturana evidencia la mirada ética sobre la que se construyó el edificio de la Escuela de Santiago, testigo de esta época y posibilidad de cambio. Francisco Varela, antes de dejar este mundo, nos advirtió acerca de la eventualidad de que estas ideas puedan ser sepultadas en el olvido. Es nuestra responsabilidad que esto no ocurra y que podamos recuperar la generosidad y la solidaridad que permitió que sobreviviéramos en esta tierra como especie.

Un primer paso en este camino transformador puede ser conocer acerca del conocer de su mirada.


Vivir es conocer

“No cabe duda: la teoría de Maturana es uno de los pensamientos más asombrosos de finales de siglo, con el valor añadido de estar escrito en un estilo colmado de frescura y transparencia, si se toma en cuenta la gran complejidad semántica a la que está obligada la ciencia moderna”.

Con estas palabras Javier Torres Nafarrate invita a los lectores de habla hispana a adentrarse en la obra de Maturana, en la introducción a los 2 volúmenes publicados por la editorial Anthropos bajo el título “La realidad: ¿objetiva o construida?”. En el mismo texto sitúa a Maturana en el rango de pensadores de la talla de Darwin, Freud, Einstein, Planck, Heinsenberg y hasta Newton.

Similares elogios ha recibido Humberto Maturana por parte de los editores en lengua inglesa y alemana de su obra. Pero no sólo de ellos.

Uno de los más significativos respaldos a su labor lo dio precisamente un pensador excepcional, Gregory Bateson, quien realizó aportes fundamentales en antropología, biología, cibernética, terapia sistémica, teoría de la comunicación, entre otros campos. Cuando se le preguntó en su lecho de enfermo, en el Centro Zen de San Francisco, quién sería el continuador de su obra, señaló: “el centro para este estudio está ahora en Santiago, Chile, bajo un hombre llamado Maturana”.

Es así que investigadores, intelectuales y escritores han hecho eco de esta sentencia, como el epistemólogo Paul Dell quien realizó estudios comparados entre la obra de Bateson y Maturana. Sus conclusiones fueron: “En mi opinión, el trabajo de Maturana contiene la ontología que Bateson nunca desarrolló”.

Por su parte, el físico Fritjof Capra, autor, entre otros libros, de “El tao de la física”, en su excelente trabajo titulado “La trama de la vida. Una nueva perspectiva de los sistemas vivos” (Anagrama, 2002) afirma con relación a las investigaciones de Maturana y Varela: “La teoría de Santiago ofrece bajo mi punto de vista, el primer marco conceptual científico coherente que verdaderamente supera la división cartesiana. Materia y mente ya no aparecen como pertenecientes a dos categorías separadas, sino que son vistas como representantes de dos aspectos meramente diferentes -o dimensiones- del mismo fenómeno de la vida”.

Se han sumado además los notables comentarios del sociólogo Niklas Luhmann con relación al “material explosivo” del concepto teórico de la “autopoiesis”, lo que lo motivó además a desarrollar una teoría sociológica basada en este planteamiento, la que ha sido valorada, pero no compartida, por el propio Maturana. A partir de este concepto de “autopoiesis” (es decir, que los sistemas vivos se producen continuamente a sí mismos en una red cerrada de relaciones que constituye su organización) han surgido muchas reflexiones que han buscado su aplicación en campos tan diversos como la teoría jurídica, la teoría literaria, la terapia familiar sistémica, entre otros.

Algo similar ha ocurrido también con relación a otros aspectos presentes en los planteamientos de la Escuela de Santiago, por ejemplo, como consecuencia de las implicaciones que surgen a partir de la afirmación: “el hecho de vivir –de conservar ininterrumpidamente el acoplamiento estructural como ser vivo- es conocer en el ámbito del existir. Aforísticamente: vivir es conocer”, alcanzando dimensiones claramente insospechadas que han permitido que el uso de sus ideas se haya extendido no sólo en neurociencia, sino además en diversas áreas de la educación (diferencial, parvularia, etc.) y además en psicología, inmunología, filosofía, derecho y hasta en la política.
Pero no sólo en esos campos del saber.

El crepúsculo de la modernidad y las tradiciones ancestrales

“No encontrarás los límites del alma, sin importar el sentido del camino, tan profunda es su medida” Heráclito. “Fragmento”.

Que la “civilización moderna” está en crisis no es un secreto en ninguno de sus ámbitos. Sin embargo, frecuentemente se olvida que el término modernidad comenzó a ser utilizado a partir del triunfo de un modelo estatal de la religión (en contradicción con su legado espiritual más profundo) por sobre otras vertientes espirituales, también cristianas. Es decir, fue la consolidación de un modelo de control por parte del estado romano, que comenzó con Constantino y culminó con Teodosio, de los criterios de verdad en la sociedad, destruyendo ancestrales legados espirituales, relegados a la condición de “paganismo” o “herejías”.

Estos dispositivos de verdad y saber no fueron acallados con el surgimiento del Renacimiento. Los llamados “Tiempos Modernos”, por el contrario, encontraron por la vía del “saber científico” un nuevo y eficiente mecanismo de control del universo espiritual humano, obteniendo un oportuno fundamento de legitimación en la visión del ordenado universo mecanicista de Newton, así como en la mirada dualista de Descartes y en el apogeo soberbio del racionalismo.

En los albores del siglo XX la relatividad del punto de referencia del observador de Einstein, junto al principio de incertidumbre de Heisenberg, que evidencia la incidencia del observador en el fenómeno observado, constituyeron el punto de partida que cuestionó la “objetividad” de la observación científica como criterio de saber y de poder en la sociedad.

La emergencia de los movimientos posestructuralistas (a partir de las teorías críticas gestadas en Frankfurt), el posmodernismo (en el arte, la estética y otras dimensiones de la cultura), el posracionalismo (en las ciencias y terapias cognitivas) y la posciencia (como resultado de las implicaciones de la fisión atómica, el surgimiento de la informática y la biotecnología) ha hecho más evidente este cuestionamiento a los principios constitutivos de la modernidad.

Se suma a esto la aplicación vertical de procesos educativos que reproducen en todos los ciclos de enseñanza los dispositivos de control, por medio de diseños curriculares que niegan radicalmente la pertinencia cultural en la educación, condicionando así las dinámicas que son impartidas a los estudiantes.

En este sentido, el cuestionamiento que ha explicitado especialmente Humberto Maturana a los criterios de legitimidad que apelan a la objetividad del método científico, así como el rol crítico que ha manifestado ante el papel de los observadores y de las redes culturales en las decisiones que se asumen en el campo educativo, son un componente igualmente explosivo de sus planteamientos.

En este escenario, recogemos las expresiones de Maturana, consignadas en el ya citado libro de José Miguel Vera “La bioética una disciplina adolescente” (CBB, 2001) donde explicita: “Lo que yo sostengo, es que si no cambia nuestra cultura, es decir, si no cambia el emocionear desde donde vivimos nuestro convivir, seguiremos haciendo lo mismo desde el punto de vista cultural cualquiera sea el cambio tecnológico. Si vivimos una cultura centrada en la desconfianza y el control, en la apariencia y la deshonestidad, en la autoridad y el sometimiento, haremos fraude con Internet, discriminación y abuso con la ingeniería genética... igual que lo hemos hecho sin Internet y sin ingeniería genética”.

El rol medular de la cultura en tanto “redes cerradas de conversaciones, es decir, redes cerradas de coordinaciones recursivas de haceres y emociones” en sus planteamientos es determinante. “Vivimos inmersos en una sociedad que enfatiza la competencia como un valor social, pero la competencia es esencialmente antisocial” asevera en “Fenomenología del conocer” y luego especifica “la competencia no es un fenómeno biológico primario, es un fenómeno cultural humano” cuestionando abiertamente los mensajes que nos llegan desde todos los espacios alentando la “sana competencia”. Maturana, sin embargo, reafirma: “El resultado es la producción con apropiación excluyente que lleva a unos a la riqueza y a otros a la miseria, en el continuo agotamiento del mundo natural porque éste no es infinito”.
La vía media:
de las tradiciones a la enacción


“El camino recto del universo es el centro, la armonía es su ley universal y constante.”
Confucio. “Chung Yung. La doctrina del justo medio”.

Cuando Humberto Maturana y Francisco Varela escribieron una de sus obras más significativa “El árbol del conocimiento” (Universitaria, 1984), texto que luminosamente cierra sus páginas con un evocador cuento de la tradición sufita, manifestaron su pretensión epistemológica de mantener una “contabilidad lógica” que hiciera posible navegar entre “el remolino Caribdis del solipsismo y el monstruo Scila del representacionismo”. Sin embargo, la “deriva natural” que seguirían cada uno de sus autores determinó que posteriormente observarían opiniones distintas con relación a este punto. Francisco Varela especificó, en la segunda edición del libro “De máquinas y seres vivos” (Universitaria, 1995), que la noción de perturbación en el acoplamiento estructural, concepto clave en la Teoría de Santiago, “no toma adecuadamente en cuenta las regularidades emergentes de una historia de interacción en donde el dominio cognitivo no se constituye ni internamente (de un modo que lleva efectivamente al solipsismo), ni externamente (como lo quiere el pensamiento representacionista tradicional)”.

Esta reflexión determinó que Varela desarrollara el concepto de “enacción”, aunque de manera distinta a como había sido enunciado por Jerome Bruner en su teoría constructivista representacionista (simbólica e icónica), en este caso más bien es utilizado para precisar este “alumbramiento de un mundo” en una coderiva entre el sistema autónomo y su entorno, explicitando que la cognición es “acción corporizada”.

Uno de los aspectos más novedosos de este punto de vista formulado por Varela, además del énfasis que puso en la experiencia, está en que no solamente se acercó a las corrientes de la fenomenología occidental (Husserl, Merleau-Ponty), sino que muy especialmente lo cautivaron las vertientes contemplativas de la tradición budista.

En efecto, Varela nos asombraría, una vez más, con sus fructíferos encuentros con figuras del mundo espiritual, como el Dalai Lama, consignadas en su libro, en colaboración con Jeremy W. Hayward, “Un puente para dos miradas. Conversaciones con el Dalai Lama sobre las ciencias de la mente” (Dolmen, 1997) donde participó además, como traductor, una reconocida figura del diálogo oriente-occidente, Alan Wallace.

A esta obra pionera le seguirían “Dormir, Soñar, Morir. Nuevas conversaciones con el Dalai Lama” (Dolmen, 1999) y especialmente “De cuerpo presente. Las ciencias cognitivas y la experiencia humana” (Gedisa, 2005) donde Varela, junto a Evan Thompson y Eleanor Rosch, expone notablemente las implicaciones de su “camino medio” epistemológico, especialmente teniendo como referente sus investigaciones en neurociencias y la posición de la “madhyamaka” (filosofía madhyamika), la escuela del “camino medio” en el budismo “mahayana” (gran vehículo), a la que siguen, en su vertiente “prasangika”, los budistas tibetanos (tántricos) de la escuela “gelugpa” de donde es un exponente reconocido el propio Dalai Lama.

Las afirmaciones que se hacen en este trabajo son elocuentes, pero además ponen de manifiesto la cercanía que siguió teniendo el antiguo discípulo y colaborador con su maestro, Humberto Maturana, en relación con los aspectos culturales más significativos del pensamiento occidental. Varela se pregunta: “¿Acaso el yo no era el portador del vigor moral y ético? Si desafiamos la idea del yo, ¿qué hemos soltado en el mundo? Semejante preocupación, a nuestro juicio, es la incapacidad del discurso occidental para analizar con perspicacia experiencial al yo y su producto, el interés egoísta. En contraste, la dimensión ética del ego y la ausencia del ego están en el corazón mismo de la tradición budista”.


Ciencia y trascendencia“Puede usted llamar, si así lo desea ‘Dios’ a las fuerzas sistémicas”.
Gregory Bateson. “Pasos hacia una ecología de la mente”. (Planeta-Carlos Lohlé, 1991).

Son estas dimensiones del discurso, la inquietud en la búsqueda de una convivencia armónica, las que nos trasladan a esas evocadoras observaciones contenidas en la médula de la obra señera de la Escuela de Santiago, “El árbol del conocimiento”: “el amor, o si no queremos usar una palabra tan fuerte, la aceptación del otro junto a uno en la convivencia, es el fundamento biológico del fenómeno social: sin amor, sin aceptación del otro junto a uno no hay socialización, y sin socialización no hay humanidad” y luego aclaran “no nos engañemos , aquí no estamos moralizando, ésta no es una prédica del amor, sólo estamos destacando el hecho que biológicamente, sin amor, sin aceptación del otro, no hay fenómeno social, y que si aún así se convive, se vive hipócritamente la indiferencia o la activa negación”.

No puede dejar de asombrarnos que estos neurocientíficos, que comenzaron sus investigaciones como “mecanicistas sistémicos”, que se han pronunciado abiertamente en forma negativa ante la existencia de Dios, al mismo tiempo observen tantas referencias a los temas más fundamentales de las tradiciones espirituales y que permanentemente recurran a ellas en múltiples ejemplos y descripciones de sus planteamientos.

En efecto, para Maturana lo espiritual, el alma humana, se da como un fenómeno que no es independiente al ser humano, no existe como un aspecto trascendente a él, porque “todo lo espiritual, lo místico, los valores, la fama, la filosofía, la historia, pertenecen al ámbito de las relaciones en lo humano que es nuestro vivir en conversaciones” subraya en una entrevista dada a la periodista Paula Escobar de la revista “Caras”, consignada en “El sentido de lo humano” (Hachette, 1992).

Precisamente, esa entrevista es un ejemplo de esta recurrencia a ejemplos tomados de las tradiciones espirituales como una manera de explicar sus planteamientos: “Yo creo que Jesús era un gran biólogo. Él hacía referencia a esta armonía fundamental del vivir sin exigencia, por ejemplo, cuando al hablar a través de las metáforas decía: ‘mirad las aves del campo, ni cultivan ni trabajan ni se esfuerzan y se alimentan mejor que los humanos’ y sin angustias su existencia es armónica en la vida y la muerte. O cuando hablaba de las flores. O cuando decía que para entrar en el reino de Dios uno tenía que ser como los niños, y vivir sin la exigencia de la apariencia en la inocencia del presente, en el estar allí en armonía con las circunstancias”.

Llegando incluso en otra ocasión a declarar: “¿Por qué o para qué explicar el vivir y a los seres vivos? Los seres humanos modernos vivimos en conflicto, hemos perdido la confianza en las nociones trascendentes que antes daban sentido a la vida humana bajo la forma de inspiraciones religiosas, y lo que nos queda a cambio, la ciencia y la tecnología, no nos da el sentido espiritual que necesitamos para vivir” (Universitaria, 1995).

Se puede argumentar, obviamente, que su mirada con relación a estos temas está explicada como una cuestión inmanente a la naturaleza biológica de los seres vivos. Pero todavía es pertinente preguntarse ¿y qué hay del patrón autopoiético de los seres vivos? ¿No es algo que trasciende como forma de organización a todos los seres vivos, más allá de las estructuras abiertas, “disipativas”, que componen las unidades específicas? La respuesta seguirá siendo que es el resultado de la deriva natural, que es una consecuencia de los acoplamientos moleculares discretos.

Pero si la vida no es más que eso ¿qué se quiere decir cuando, sin perder de vista que se hace referencia a máquinas autónomas, se concibe la vida como un regalo? En efecto, en otra entrevista consignada en este mismo texto, concedida a Sima Nisis, afirma “Esta experiencia cambió mi vida porque desde entonces viví en la conciencia de que la vida que uno vive es sólo un regalo del que no cabe otra cosa que estar agradecido [...]”.

¿Será que la decepción hacia un mundo en el cual las religiones no dan cuenta de los legados más profundos de las tradiciones espirituales de la humanidad lleva a esta persistente negación de toda trascendencia? A nosotros nos parece pertinente recordar aquella sentencia del agudo pensador rumano Émile Cioran, refiriéndose a su gran maestro Mircea Eliade, cuando indicó que ellos eran “espíritus religiosos sin religión”.

Finalmente, el multiverso al que nos han invitado a participar ambos neurocientíficos, más allá de la temprana partida de Francisco Varela, ha significado el alumbramiento de muchos mundos. Ellos han rescatado a los seres humanos como núcleo de las relaciones sociales. Han puntualizado que los seres humanos no somos “procesadores de información” homologables a los ordenadores. Que los computadores no son los “expertos”, que los genuinos expertos son los recién nacidos con una plasticidad maravillosa en su dinámica de estar vivos. Esto, en un mundo que ya ha planteado, entre otras cosas, la eventualidad de matrimonios entre robots y seres humanos, resuena especialmente pertinente y atendible.
Qué tipo de mundos alumbremos es nuestra decisión. Retomar su extraordinario legado, lleno de pasión y de coraje es nuestro desafío. Se trata del mundo que habitarán nuestras hijas e hijos. Esperamos recoger la propuesta esperanzadora de Humberto Maturana y poder decirles a las futuras generaciones “Ya están listos para ser ciudadanos democráticos autónomos. Vayan con Dios”.


“Puede decirse que el eterno misterio del mundo es que sea inteligible. El hecho de que sea comprensible es un milagro.” Albert Einstein.


Del Amor, la solidaridad y la ternura.Uno de los aportes más develadores de la Escuela de Santiago está en relación con una nueva manera de comprender la deriva filogenética de los seres vivos, especialmente el significado del altruismo y la colaboración en la supervivencia de las especies, así como en el espacio de sensualidad y placer en el curso de nuestra ontogenia.

En efecto, nociones tan recurrentes en la literatura dominante, tales como la competencia en la lógica de la evolución de las especies, la lucha y los “agentes defensivos” del campo semántico militarista en inmunología, es decir, toda la ideología de la supervivencia del más fuerte y la “natural” desaparición de los más débiles aparecen abiertamente cuestionadas por los resultados de las investigaciones y las reflexiones que han evidenciado los neurocientíficos chilenos.

Francisco Varela, en el interesante coloquio que sostuvo junto a miembros de la comunidad científica, al Dalai Lama y a sus colaboradores, afirma: “En términos generales, la vida no parece en absoluto posible sin un cierto grado de apertura hacia los demás [...] Esta cualidad de apertura entre los animales parece llegar a una especie de altruismo sin objeto predeterminado. Incluso si esto sucede sólo a veces, es como si hubiera un continuum que partiera en los animales para desembocar en un pleno potencial de compasión espontánea como el que encontramos en los seres humanos”.

Por su parte Humberto Maturana en “Amor y juego. Fundamentos olvidados de lo humano” (Instituto de Terapia Cognitiva, 1993) explica: “en la historia de la humanidad, y estoy hablando de los últimos 3,5 millones de años, si el amor no hubiese estado presente como el fundamento siempre constante de la coexistencia de las pequeñas comunidades en que vivían nuestros ancestros, no podríamos existir ahora como lo hacemos. No se habría originado el lenguaje y no se habría establecido éste como el modo fundamental de convivir de nuestros ancestros [...] En verdad yo pienso que el 99% -puedo equivocarme, puede que sea el 97%- de los males humanos tienen su origen en la interferencia con la biología del amor”.

Y en el prólogo al libro de Eduardo Pino y María de la Luz Urquieta “El arte del equiibrio erótico” (Planeta, 1994) despliega con especial lirismo su reflexión acerca del amor, la ternura y la sexualidad: “La emoción que funda lo social es el amor, y en la trama social, amistad y sexualidad constituyen los nexos de sensualidad y ternura que dan estabilidad natural, sincera y no hipócrita a una comunidad humana. La sensualidad está en el goce de la compañía, en la estética de la convivencia, en la textura armónica del convivir. La ternura está en la atención que ve al otro y lleva a estar presente con él o ella sin negar su presencia ni la propia. La ternura es visionaria y acogedora, la sensualidad es estética y armonizadora”.

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