Las máquinas tragamonedas, de las que hay repartidas en todo
el mundo y son bien conocidas por nosotros, produjeron en el
año 2009, sólo en Estados Unidos, 25 mil millones de dólares. Y
esos 25 mil millones están estimados como ganancia. Es decir,
esta suma es posterior a haber pagado a quienes ganaron al jugar
y descontados los impuestos (obviamente altísimos) que aporta el
juego. Sin embargo, aun en esas condiciones, el número es escalofriante.
Y representa la mitad de lo que producen anualmente
todos los casinos de Las Vegas.
Para tener una idea de lo que significa este número, piense
en lo que generó la industria del cine (nada menos) en el mismo
período: juntando todas las salas estadounidenses y todas las películas
que se exhibieron, el total recaudado fue de 10 mil millones
de dólares. Es decir, las máquinas tragamonedas produjeron
dos veces y media más que Hollywood, con todo el poderío y
potencia de sus estudios y luminarias.
Aun así, por más interesante que resulte esta comparación,
hay algo que para mí tiene aún más atractivo: ¿quiénes fabrican
estas máquinas?, ¿cómo las hacen?, ¿cómo interviene la matemática en todo esto?
Por supuesto, los casinos tienen mucho cuidado en no perder de vista que la probabilidad de ganar esté siempre a favor de
ellos. Por lo tanto, sea quien fuere quien las diseñe y construya,
debe poder garantizar el resultado: “El casino tiene que ganar
SIEMPRE”.
Pero las máquinas fueron cambiando. Antes había ruedas y
tambores que giraban, dientes que se engarzaban, ejes que había
que lubricar. Hoy es todo digital. Y eso trajo una diferencia sustancial
en la percepción: en la medida que había algo mecánico
involucrado, uno tenía la sensación de que el azar todavía tenía
alguna incidencia.
Es decir, al hacer girar una ruleta, uno ve cómo gira la bolita
en sentido contrario, y la ve saltando de un número a otro hasta
depositarse en alguno de ellos. Es como si hubieran entregado una
cierta tranquilidad de conciencia: si uno pierde, perdió por mala
suerte. Y si gana, también ganó por la suerte.
Pero no hay nada
escondido, salvo que el tambor de la ruleta esté “tocado”. Es decir,
ganar o perder tiene que ver —en apariencia— con el azar.
Ahora, imagine una ruleta digital, en donde se van encendiendo
distintas luces a medida que la bolilla imaginaria va girando
alrededor de una ruleta virtual. ¿Cómo sabe uno que no hay un
programa diseñado ad hoc de manera tal de que pueda detectar
cuáles son los números que tienen menos dinero apostado y hacer
detener esa bolilla en uno de esos casilleros? Tal como usted
supone, ese programa es posible de diseñar e intuyo que para los
programadores no debe de ser muy difícil (sí lo es para mí).
Cuando la ruleta y la bolita son tangibles, uno cree que controla.
En el mundo digital, esa sensación de control se pierde. Y,
aunque uno está dispuesto a someterse a la suerte, ya no se siente
tan cómodo si imagina a alguien que puede mover los hilos sin
que uno lo advierta.
El 70% de las máquinas tragamonedas que se usan en Estados
Unidos y el 60% de las que se usan en el resto del mundo se producen
en un solo lugar: International Game Technology (IGT).
Es una fábrica que está situada en Reno, Nevada, el estado que
también cobija a la ciudad más famosa del mundo en este rubro,
Las Vegas.
El diseñador de estas máquinas y miembro del directorio de
IGT es el matemático Anthony Baerlocher. Egresado de la Universidad
de Notre Dame, Baerlocher tiene un objetivo claro: “El
programa tiene que ser tan bueno que permita que los casinos
ganen dinero SIEMPRE, pero de tal forma que los clientes ganen
las sufi cientes veces también de manera tal de que sigan jugando
o vuelvan al día siguiente”. No es una tarea fácil.
Los casinos funcionan “creyendo en la ley de los grandes
números”.
Baerlocher explica: “En lugar de tener una má-
quina, los casinos quieren miles, porque saben que cuanto más
grande sea el volumen jugado, aunque alguna de las máquinas pierda mucho, el total (de máquinas) tiene una probabilidad muy
grande de ganar. IGT produce aparatos diseñados de forma tal
que la ganancia está garantizada con un error del 0,5% después
de ¡10 (diez) millones de jugadas! Por ejemplo, en el casino de
Peppermill (también ubicado en Reno), cada máquina produce
2.000 jugadas por día.
Como ellos tienen cerca de 2.000 tragamonedas,
eso signifi ca que llegan a 4 millones de jugadas por
día, y, por lo tanto, en dos días y medio llegan a las 10 millones
que necesitan para tener la garantía de que tendrán su ganancia
con un error del 0,5%. Si la apuesta promedio es de un dólar y
el porcentaje de ganancia está estipulado en un 5%, diez millones
de jugadas signifi can 500.000 dólares para el casino, con un
error potencial de 50.000 dólares cada 60 horas.
Estos números
explican el negocio y por qué los casinos tienden a tener cada vez
más de estas máquinas”.
El desafío para Baerlocher es “tocar” las probabilidades de
manera tal de favorecer a los casinos, pero sin descorazonar a los
jugadores. Hasta acá, juzgando por el desarrollo que ha tenido
IGT, parece que lo ha logrado.
Moraleja: Supongo que no escribí nada nuevo, nada que no
se supiera de antemano, pero internamente creo que todos tenemos
la fantasía de que podremos —algún día— hacer saltar
la banca o diseñar una estrategia que permita ganarle al casino.
Lamento informar acá que eso es muy muy poco probable que
suceda. Casi me atrevería a decir que la probabilidad es ¡cero
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