FRANCISCO VARELA, EL CIENTIFICO QUE SE VOLVIÓ MODELO DEL BUSCADOR ESPIRITUAL
Ser espiritual implica una sola gran pasión: despertarse y activar la conciencia. Pero ¿qué es la conciencia? Para neurocientistas de gran talla como lo fue Francisco Varela, el asunto empieza por preguntarse cómo es que un sistema que se auto-observa (nosotros) puede tener conciencia de sí. Porque la conciencia “no es una cosa”, sino un proceso sutil, muy interactivo e inestable, del mundo “externo e interno”. No se halla en ninguno, sino circulando en ambos, en una narrativa, o en imágenes y sentimientos, muy sutil. Varela creía y confiaba que la conciencia puede entrenarse, cultivarse y clarificarse. Es aquí donde aparece la meditación de calma e intuición (shamatha viipahsyana, en sanscrito). Para hacer todo más sutil, Varela decía que la construcción mental que tenemos, que llamamos ideas (experiencias emociones, percepciones), no están “allá afuera ni aquí adentro”, sino que son una especie de danza circular entre “la realidad” y “el cuerpo”. Por ello creía en una “mente encarnada” –embodied, en inglés- y asignaba un rol central al cuerpo. Similar postura tuvo Merleau-Ponty, y otros lucidos pensadores. Esto es algo muy sutil, complejo tal vez de entender pero muy fundado en las ciencias cognitivas y en la meditación budista.
Su ingreso al mundo de la espiritualidad, algo más allá o más acá de la religión, Varela expone que ésta responde a una búsqueda de la verdad de la vida, por diversos medios. A semejanza de la ciencia, el buscador espiritual se enfrenta con paradojas (verdaderos “dragones” y “monstruos”). Tanto el verdadero científico, como el buscador espiritual, dudan profunda y sutilmente de lo que ven y encuentran. Lo analizan, lo sienten, lo “huelen”. Y esta actitud es la lo hizo declarar una vez que un grupo de religiosos le preguntaban por su fe: “Orden sin fundamento: una paradoja que algunos llaman Dios”. Por tanto, todo persona espiritual auténtica, es un eterno buscador que duda y se expone, tal como el científico de frontera (tal como lo encarnó el mismo Varela), a una dulce y severa “agonía de la noche oscura del alma”: un mundo de muchas preguntas, y de pocas respuestas, y, desde luego, sin muchas certezas. Y Varela toda su vida fue un hombre de preguntas incómodas para la rutina oficial. Tal como todo buscador espiritual o verdadero filósofo, no fue un conformista o un repetidor de ideas: buscaba innovar y llegar a los límites del conocimiento. Esto ha sido poco habitual en las personas, en los espiritualistas, incluso para los científicos. Y en esto, en su rigor y coherencia, fue excepcional.
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