Humberto Maturana es Doctor en Biología de la Universidad de Harvard. Obtuvo el Premio Nacional de Ciencias en 1994 por su destacado aporte a la biología del conocimiento.
Además, es autor de diversos libros como De Máquinas y seres vivos, El árbol del conocimiento -ambos en colaboración con Francisco Varela- y Amor y juego, entre otros.
“Tápense el ojo izquierdo y miren con el derecho la cruz que está al medio. Luego muevan el papel y el punto negro desaparecerá”. Así comenzó Maturana la conversación con la gran cantidad de asistentes que se reunieron en el Hall del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA). Los ejemplos, y las láminas didácticas permitieron explicar en forma distendida sus planteamientos sobre conocer, la razón, los seres vivos y el amor.
- ¿Podría explicarnos su afirmación de que los seres humanos estamos imposibilitados para distinguir entre ilusión y percepción?
Si me toco la punta de la nariz con los dedos cruzados, se sienten dos puntitas. Pero si me veo en el espejo… ¿A quién le creo? ¿Al espejo o al tacto? Los seres vivos vivimos lo que vivimos como válido en el momento de vivirlo. La ilusión es una experiencia que uno vive como válida en el momento de vivirla e inválida desde otra experiencia que uno acepta. Al creerle al espejo, digo “esto es una ilusión” (porque veo una puntita, acepto lo que me muestra el espejo).
Con la percepción es lo mismo. La percepción y la ilusión son experiencias. La primera se valida con otra, y la segunda se invalida con otra.
En la experiencia misma no tenemos cómo distinguir entre ilusión y percepción.
- ¿Cómo diferencia el error y la mentira?
- ¿A qué se refiere con plantear a la cultura como red de conversación?
En esto aparece el tema del lenguaje. Usualmente uno piensa que el lenguaje es un sistema de comunicación sobre la realidad, sobre lo que existe allí. Una comunicación simbólica. Que el lenguaje nos permite hablar de lo que hay. Pero el lenguaje no puede ser eso porque no tenemos cómo hablar de aquello independiente de nosotros porque no sabemos, y esto no es una limitación. Uno descubre que con el lenguaje uno coordina sus conductas. Por ejemplo: salgo a la calle y quiero tomar un taxi, en una avenida de doble vía, pero todos vienen ocupados. Sin embargo al otro lado están desocupados, ¿qué hace uno? Quizás uno puede cruzar la calle, pero no se puede porque hay barreras, entonces uno ve que viene al otro lado un taxi desocupado. De repente se encuentra la mirada con el taxista y lo detengo con un gesto. Seguramente dará la vuelta y vendrá hacia acá. Pero si justo viene en mi dirección otro y lo tomo, el anterior taxista se molestará.
Las culturas, las comunidades que constituyen una cultura, forman un espacio común, fundamental, de coordinaciones de coordinaciones de haceres y emociones, que es cerrado, que uno lo aprende cuando se incorpora y es miembro de la cultura y si no lo aprende no es miembro de la cultura. Las culturas son redes cerradas de conversaciones que uno aprende haciéndose miembro de ella, ya sea en la infancia o en algún otro momento.
- Usted plantea que el amor es la emoción que nos constituye como seres humanos ¿Cómo incide esta emoción en el surgimiento del lenguaje?
Yo me encontré con el tema del amor justamente en el tratar de entender cómo tiene que haber sido al comienzo, porque lo interesante es que el lenguaje comienza en un espacio en que no debe haber existido el lenguaje. Uno ve que toda la historia de la transformación del sistema nervioso tiene que ver con la convivencia, con el hacer cosas juntos. Entonces, lo que me di cuenta es que si es cierto que el lenguajear son coordinaciones de coordinaciones de haceres, para que eso pase hay que permanecer juntos. Y para estar juntos hay que disfrutar el estar juntos. La emoción que hace posible el origen del lenguaje es la que constituye la cercanía, ella es el amar. El amar tiene que ver con el ver, con el oír, con el estar presente.
- ¿Cómo podemos hacerle entender a la ciencia que el amor también es un camino para comprender?
Una persona es amorosa cuando se conduce de modo tal que a través de lo que él o ella hace el otro surge en su legitimidad en la convivencia con él o ella. Eso ocurre cuando no hay prejuicios, expectativas, exigencias en la relación. El otro tiene presencia, cuando es legítima su presencia, no se tiene que disculpar por ser. Si yo no respeto nunca lo voy a comprender…
El acto de la reflexión -la ciencia por ejemplo- requiere amar. Requiere este acto de moverse en las circunstancias, sin prejuicios, expectativas o exigencias. En el proceso de entender se requiere una cierta actitud para entender. Pero en el mundo actual aparece la competencia, la ambición, y allí surge esa negación aparente del amar.
Las emociones son el fundamento de todo hacer. Nunca se pueden separar. La comprensión no se da en la argumentación racional, si no en que yo acepte esa argumentación racional como válida, y eso depende de la emoción.
Por César Pincheira
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